Historia de la minería del oro

El oro es un metal, que durante la historia de la humanidad ha tenido una gran importancia y un elevado valor económico, debido a sus características de incorruptibilidad, su belleza, su escasez y la posibilidad de almacenarlo de manera segura, por su alta densidad, probablemente por ese orden.

El oro en la historia

A lo largo de la historia se ha utilizado como moneda de cambio y ha servido, hasta periodos muy recientes como soporte en la emisión de papel moneda. Hablando de manera general, con menores variaciones, la cantidad de recursos (alimentos, enseres, animales, esclavos, etc.) que se han podido comprar con una unidad de oro, ha sido constante a lo largo de la historia, en términos relativos, considerando las inflaciones de los diferentes periodos.

Resulta paradójico que una parte muy importante del oro se saca de la tierra, para volverse a enterrar, una vez depurado, en las cámaras acorazadas de los bancos o en los tesoros de los Sátrapas de la Antigüedad.

El oro se presenta en la naturaleza bien libre, bien combinado con plata (formando “electrum”) y muy raramente se combina, y a pesar de su elevado punto de fusión, probablemente fue el primer metal que se obtuvo relativamente puro. Es el más noble de los metales nobles. Se denominan así porque sólo se mezclan (alean) entre ellos, y por su incapacidad para relacionarse con los otros elementos más plebeyos, como el oxígeno o el azufre.

Los primeros usos, bien documentados en Europa, Asia, África, Sudamérica y, en menor medida, en Australia, fueron puramente ornamentales, ya que el oro cuando tiene alta pureza (que es como suele presentarse en la naturaleza) es muy blando y no sirve para hacer armas ni enseres, como los otros metales.

Existen constancias de minería del oro en China, India, Egipto y Mesopotamia, por los útiles y joyas encontrados, pero, en periodos anteriores a la romanización no existe en Europa, ni en Asia o África, referencias a los procedimientos de minado y extracción del oro. Los egipcios explotaron las minas de Nubia, buscando oro y cobre (existen tanto joyas y elementos decorativos, como algunos papiros y bajorrelieves), pero, debido al posterior uso de dichas minas por los romanos, ni hay referencias directas, ni restos que puedan atribuirse de manera fidedigna a los egipcios.

Los primeros restos conservados, con documentación son, pues, romanos. Tracia, Macedonia, Nubia y la Península Ibérica fueron los lugares donde se financió la poderosa máquina de guerra romana. La exploración se realizaba de manera sistemática, siguiendo los cursos de los arroyos hacia su nacimiento, para buscar las fuentes de las que provenía el oro.

La explotación del oro

Hay un viejo dicho de la exploración española de oro que dice que hay tres formas de encontrar oro:

  • Mediante la investigación geológica (muy usado, aunque nadie ha encontrado nunca oro de esta forma).
  • De casualidad (el propio nombre indica la rareza).
  • Buscando donde estuvieron los romanos (que es el procedimiento más seguro de encontrar donde “hubo” oro y puede que incluso quede algo).

Probablemente en Centro y Sudamérica, los romanos de la antigua Hispania, se sustituyen por los españoles o los “gringos” con el mismo concepto.

Para la exploración se utilizaban bateas, cribas y materiales parecidos a los que usan los prospectores de la actualidad. Los procedimientos iban desde una minería sencilla, mediante excavación, incluso por interior, mediante galerías, generalmente siguiendo las vetas de los diferentes minerales y la concentración manual de los mismos, incluso el escogido a mano.

Allí donde el agua estaba disponible, se utilizaba para arrancar el oro aluvial en forma de “ruina montis”, como en Las Médulas en el Norte de España, donde se retenía el agua en presas de medio tamaño, a niveles superiores y luego, mediante rotura controlada de los muros, mediante un sistema bastante complejo de canales, se hacía discurrir el agua hasta la zona a minar.

De esta forma se conseguía excavar y poner en pulpa al mineral. Sería el equivalente a lo que hoy conocemos como “concentración gravimétrica”, técnica mineralúrgica ampliamente utilizada en la industria minera. El lodo se dirigía hacia un entramado de ramas y troncos que retenían los materiales pesados pasando los materiales ligeros por encima. Luego esos troncos se sacaban, quemaban y los restos se bateaban.

Se han encontrado restos de mercurio en dichas minas, pero pudiera ser de épocas posteriores, ya que no está documentado el uso del mercurio de manera extensiva en la minería romana.

Se calcula que en la época romana había en las dos provincias que formaban la provincia Galaica (actualmente Asturias, parte de León y Galicia) unas 225.000 personas, controladas por unas legiones que se encontraban en zonas próximas. La estimación de población era de 5 millones, para toda la Península, lo que da idea de la importancia demográfica de la minería romana.

La alimentación de esa población obligaba a planificar cultivos en zonas próximas, con la introducción de especies como el castaño, la encina y los cereales, con lo que ello implicó en el desarrollo de los diferentes lugares. La mano de obra era una combinación de presos penados, esclavos y hombres libres, con el reparto de los trabajos acorde a su procedencia. Los trabajadores adquirían con el tiempo la ciudadanía romana.

La Península está llena de referencias toponímicas relacionadas con el oro (Río Douro, Ourense, y algunas más evidentes como Pino del Oro y otras), así como de expresiones como “prometer el oro y el moro” de origen en Ronda a finales del siglo XV, y donde está implicado el rey Juan II y otras muchas.

En Sudamérica, el oro se conocía desde tiempos inmemoriales y tenía un uso ornamental y funerario. La leyenda de Eldorado fue una de las razones por la que la Corona Española dedicó tantos recursos y tanto esfuerzo a la llamada, desde el lado español, Conquista de América.

Los españoles exportaron sus conocimientos, generalmente adquiridos durante la romanización, a Centro y Sudamérica en el siglo XVI y sucesivos, introduciendo el uso del mercurio, como un procedimiento para concentrar y purificar el oro. El gran desarrollo de la minería “de pillaje” que los españoles realizaron en Sudamérica no hubiera sido posible sin las minas de Almadén, en el centro de España, que produjeron cantidades ingentes de mercurio, para su uso en la minería del oro. Los galeones hacían el viaje al Nuevo Mundo cargados de mercurio y volvían con el oro y la plata. Los efectos para la población, tanto la nativa como los “técnicos” españoles del uso del mercurio fueron devastadores.

La fiebre del oro

El descubrimiento de unas pepitas de oro en los ríos cercanos a la aldea de Coloma desató la fiebre del oro de California, un fenómeno social que comenzó en 1848. La noticia de aquel hallazgo provocó el desplazamiento de 300.000 personas, los “forty-niners”, (llamados así por el año del desplazamiento) hacia las doradas tierras del oeste americano. Provenían de diferentes países y llegaban en barco por la ruta del Cabo de Hornos o atravesando el continente en caravanas.

Los efectos de este fenómeno fueron espectaculares, convirtiendo una aldea diminuta como San Francisco en una de las ciudades más prósperas de Estados Unidos y la admisión de California como Estado de la Unión en 1850. La parte negativa fue la represión a la que fueron sometidos los aborígenes, extinguiéndose tribus enteras, y el impacto ambiental en la zona.

De manera similar en 1893 en Australia se produjo la fiebre del oro de Kalgoorlie, ciudad que surge tras el descubrimiento de 100 onzas de oro aluvial en el monte Charlotte. En solo 3 días, 750 hombres llegan a la zona a buscar oro. La zona de Kalgoorlie se conoce como la “Milla Dorada” dada la alta concentración de minas de oro registradas en ella, considerándose la milla cuadrada más rica del planeta. En ella se encuentra la mina de oro a cielo abierto más grande de Australia, la mina Fimiston, conocida mundialmente como “Super Pit”. Produce 850.000 onzas de oro al año.

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